Review
División Palermo
Soledad Pereyra
Una nueva comedia policial de Netflix ambientada en la ciudad de Buenos Aires reúne a un grupo de agentes de seguridad urbana que buscan hacerle jaque mate a los tabúes en torno a formas de la diversidad.
La serie creada, coescrita, codirigida y protagonizada por Santiago Korovsky se estrenó en febrero de 2023 y, a pesar de su sátira a la inclusión y los temas controversiales que aborda, ha tenido un éxito indiscutible con una jugada riesgosa: sacarle la solemnidad a reírse de/con la discapacidad. La trama sigue a Felipe (Korovsky), un hombre joven que fracasa en todo y un día, por error y angustia luego de estar en crisis porque su novia lo dejó, su padre lo hizo renunciar a la empresa familiar y le robaron, se une a una guardia urbana del barrio porteño de Palermo. Esta guardia urbana es en principio un experimento piloto de la policía metropolitana y la Ministra de Seguridad para tratar de limpiar la pésima imagen de las fuerzas y mostrar que ellos también están abiertos a la diversidad. Es, en otras palabras, una estrategia de marketing, una “lavada de cara”. Porque ese es el verdadero tema de esta serie: la inclusión (de varias formas de diversidad), sus límites (institucionales, morales) y su “uso” (como capitalización) en el mundo actual.
La guardia urbana del barrio de Palermo (Crédito foto: Tomás F. Cuesta/Netflix, 2023)
Coordinada por Miguel (Daniel Hendler), un psicólogo optimista que cree en la homeopatía y en el poder terapéutico del teatro, la guardia urbana está integrada por Felipe y otros representantes de la diversidad: adultos mayores, personas trans, personas con diversidad funcional, extranjeros, entre otros. O, como dice un vecino que vio la noticia de la guardia urbana en la televisión: “Gente valiente, hay petisos, discapacitados… de todo hay”. En tanto coartada política, las expectativas reales sobre ellos como agentes de seguridad son pocas: no portarán armas y estarán asignados a tareas menores. Como por ejemplo proteger un cruce de patos en un parque, vaciar la casa de un acumulador compulsivo, monitorear un torneo de ajedrez de ancianos, entre otras. En el avance de la anécdota, la guardia se reivindicará mostrando su valor: como coraje y como capital. Estarán involucrados en asuntos mayores —incluso en el desmantelamiento de una banda de narcotráfico— en los que nunca faltarán toques de humor crip.
El desafío de este humor lo conoce Korovsky, quien en una nota periodística reciente al diario argentino Página/12 afirmó que “Hay que saber dónde pararse para hacer humor”, porque justamente en relación con la discapacidad la tibieza conduce a un tributo insípido a la corrección política y el exceso, al escarnio de las personas socialmente más vulnerables. Del otro lado, aunque el guion ha sabido dónde y cómo pararse para hacer de esta serie un ejemplo de humor crip que gesta formas de inclusión, el reparto ha caído, desafortunadamente, en instancias de cripping up. Gran parte del elenco principal, aunque excelentes actores y de gran trayectoria, no son personas con discapacidad, aun cuando interpretan a personas con discapacidad. Por ejemplo, al personaje de Miguel de Daniel Hendler, le falta un brazo o Sofía, interpretada por la actriz Pilar Gamboa interpreta, es una mujer en silla de ruedas. Ninguno de los dos actores tiene discapacidad o un cuerpo diverso en la vida real.
En sus ocho episodios, la serie nos hace reír de las trampas de la inclusión. La serie parodia (muy especialmente en relación con la discapacidad) qué pasa cuando esta se lleva al extremo burocrático, se vuelve pauta moral acartonada, se usufructúa con la inclusión de la diversidad o, incluso, se vuelve gesto banal para proteger a instituciones que están anquilosadas en estos términos. Para ello, la burla concreta de los estereotipos sobre la discapacidad está a la orden del día. Uno de los más comunes, la infantilización, ya puede verse en el tráiler, cuando Johnny (Hernán Cuevas), una persona de talla pequeña, intenta ayudar a cruzar la calle a una anciana y la señora le pregunta si se perdió, dónde está su “mami” y le ofrece comprarle un helado, como si fuera un niño. Otro estereotipo sobre cómo miramos y tratamos a las personas con discapacidad que se explota humorísticamente en la serie tiene que ver con la moral: con frecuencia se presume que las personas con discapacidad son esencialmente más buenas. En el primer episodio, cuando cada uno de los integrantes cuenta por qué se unió a la guardia urbana, ninguno de los personajes con discapacidad dice que está allí para hacer el bien, ayudar o buscar justicia social. Johnny se unió porque le gustan las armas y, por su estatura, no pudo entrar al ejército y “esto no será la gran cosa, pero es lo mejor que encontré”. Sofía está ahí porque le “viene bien la obra social” y Edgardo (interpretado por el actor ciego Facundo Bogarin) está ahí “por la plata”.
Por último, otra mirada estereotipada interpelada en la serie y que con frecuencia resiste al humor con/de la discapacidad, es la de suponer que las personas con discapacidad viven en una tragedia, que toda su identidad se reduce a su diversidad y que por ello deben ser tratados con especial ternura y “salvados”. Como le pasa a Sofía en la serie que como usuaria de silla de ruedas reconoce que por la lástima que le tienen “ni bullying me hace[n]”, tiene que soportar que la nombren con metonimias en diminutivo (“rueditas”, “la chiquita” o hablan de su “sillita”) y que, por su forma de movilidad, la gente piensa que no tiene piernas o, incluso, los peatones la cruzan de una esquina a otra sin preguntarle, a lo que ella responde indignada y con sarcasmo: “Ya está. Gracias, maestro, estás desbordado en buena voluntad”.